(Como un virus ahogado
en el caos del discurso
y une la voz perdida en
el mausoleo de las caricias.)
─El crepúsculo no sabe si hablarte de las hojas.
Entre el otoño y la sangre se aviva una ciudad de algas.
Y no podemos decir que no queda nada por contarle a la
ceniza.
─Sé cuánto anhelas respirar de mis cauterizadas piedras.
Ambos sabemos que atreverse a conquistar el universo es
abandonarlo todo.
Brindemos, aunque el silencio solloce a lo lejos; ahoguemos
la derrota,
pues somos el desfiladero correcto. Luego juguemos a ser
planetoides
y volemos hasta llegar de aquí al suburbio humilde de lo desconocido.
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