¿Acaso el crepúsculo necesita de féretros para mostrarse?
Ya no sé si creerle a los pájaros o al musgo que cuelga de
sus entrañas.
Ayúdenme. Considero conveniente quebrar un espejo y tragarlo
poco a poco.
Ya no aflora en el estanque aquel silencio, aquella alforja
del sosiego.
De nuevo las garzas susurran sobre el viejo reloj de la
garganta;
acaso bajo usted, frente a mí, la bruma aterrorizada de los
albañales.
Este frío late con fuerza en los calcañales, si dormimos
morimos
y si morimos dormimos como anclas atoradas entre las
estrellas.
─Sucede que ya no hay nada por lo que llorar o bajar la
mirada en este mundo.
Disfraz. Dime qué profundidad tiende la tumba en mis ojeras
y dime el por qué estoy todavía aquí, sin poder hacer
ecuestre la hojarasca.
Estoy desnudo. ¿Debería convertirme en el veneno más mortal
del universo?
Se oye tan patética mi voz cuando pronuncia cada sílaba, mientras sin aviso te derrumbas.
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