Oscuro el pájaro, se adentra como momia disecada entre las
hojas,
pide y pide, mientras racimos de incienso hipócritamente
ríen de sus plegarias.
(¿Quién es fiel a un
puñado de relámpagos y gárgolas teñidas del blanco?)
Al fin podemos contar cada pálpito, cada arruga tirada al
vacío por el crepúsculo;
la muerte no cesa, al igual que el prurito y el aliento
escarchado de los pinos.
Mira, mira cómo se desmorona el silencio al tocar la herida
de las piedras,
observa, observa cómo se santiguan las horas al pasar frente
a vosotros.
¿Acaso hay demonios ocultos bajo la piel trasnochada del
insomnio?
Cada día nos toca descubrir un nuevo camino para el vértigo,
reconstruimos (a veces) las camisas de fuerza de la locura
y besamos hasta ya no poder la sombra de las ventanas
todavía aquí.
Todo cuanto conozco me es desconocido cuando recuerdo el
ayer.
¡Hasta cuándo! ¡Ay Dios mío, iza mis restos y arrójalos a los brazos de la nada!
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