Una vez más, lamo el verde rocío amargo de las paredes.
Musita el estertor en los abismos del granito,
de la náusea brotan pequeños espectros en forma de
escapularios;
dibujo el próximo letargo de la llovizna, ato los perros de
la deshora,
nada incluye al vacío cuando las cloacas burbujean entre la
sangre.
De pronto, la luna es mordida con alevosía y todos se
sorprenden;
sigo a tu lado, mas no encuentro el nosotros tras el portal
de la saliva.
Seguimos como dos ataúdes a la espera de que baje el cuarzo
por la garganta.
No dejaré que te rías delante del páramo. Sígueme y piérdete
conmigo en el viento.
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