Ya nadie camina sobre el río,
él ha perdido aquel diáfano brillo;
incluso las hojas con el viento se alejan
y mueren en otro lugar, en silencio.
Ya nadie camina sobre el río,
pues en vez de sueños
fluyen pesadillas y torbellinos.
¿Quién fue el ladrón de su brillo?
Quizá nadie conteste, quizá nadie se atreva.
¡Somos culpables de su delirio!
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