La lectura mientras se lleva en el bolsillo de las venas: abre nuevas ventanas, ventanas que llevan al vértigo de la realidad, realidad que solloza de alegría cuando alguien la menciona, sabe que el trabajo de la pluma y el tintero no ha sido en vano. ─A veces observo el volar de los pájaros incesantes cuando se lee un libro verde, una obra negra, una revista amarilla, un cuento maravilloso..., se siente el palpitar de sus corazones, se siente el vaivén de sus plumas al son de las letras, se siente el canto de sus picos en el paladar del lector. Cuando abres un libro: abres la naturaleza misma, abres el otro lado del silencio, abres el oro de la conciencia, abres infinitos conocimientos, abres tu mente. Quizá, dejas este mundo para encerrarte en el silabario filosófico, dejas fluir las pupilas de tus ojos en el corazón del río del libro, haces volar el papalote de las metáforas cubiertas por la hojarasca, siembras anáforas en los arboles de vocales a la orilla del puente. Allá en la librera yacen libros envueltos en arena, esperando algún transeúnte que necesite de ellos; pensando en su soledad, obligo al cierzo para que me mande por e-mail unas cuantas hojas letradas. ¿Cuánto durará el lienzo de las páginas?, ¿cuántos árboles caen en batalla por cada hoja?, la única manera de cubrir este holocausto, es leyendo, leyendo lo imprescindible, leyendo lo imperativo, y guardando cada conocimiento positivo en las neuronas del abuelo...
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