Aquel gemido gris de las arrugas del tiempo, aquellas arrugas que no ocultan la sabiduría, aquellos cabellos blancos que ocultan misterios; son cosas que no volverán. Pero probablemente, las campanas seguirán tocando los versos de los ancianos, las palomas seguirán cantando las coplas en el dintel, los loros seguirán repitiendo las palabras de los dichos. Cuando el color negro estaba en su apogeo, las faldas largas hechas por la portadora, eran una forma respetuosa de representar a la mujer, dando lugar a que los hombres no acosaran como ahora. Recuerdo cuando me acariciaba aquella anciana, tal si fuera la mano de un bebé, deslizaba su mano por mi mejilla y me decía: "hijo mío, cuando este frágil cuerpo se una al polvo de las urbes espectrales, quiero que tengas algo mío, mantenla siempre contigo"; ese algo que con dulzura me dijo: era la felicidad misma, ya que cuando se despidió ─sonrió─. Ahora en el presente, este valor que infunda en mi corazón, yace más alto cada día que pasa, como águila encima de la montaña. Aunque el zorzal cante canciones tristes en la mañana promiscua de los cipreses, el pétalo fantástico de la dulzura siempre permanecerá en medio del libro diestro. Cada piedra que pega en el calcañar, fenece cuando el trasiego llega al zapato; ¿logrará interpretar esta lejanía la hipócrita piedra? Pues las piedras nunca fueron un arma en contra de la felicidad eterna.
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