¿Habrá tantos nichos como para soportar el hijillo
de la niebla que brota del vaho de las raíces?
¿Habrá algún cementerio en el culmen del río?
En la hojarasca: el ruido ostentoso de los elfos,
fisuras sin ecosistemas, todos envueltos en huesos.
El rocío cae de los párpados de las hojas,
mientras en los suelos de lo siniestro:
la estridencia sale de la flauta del plomo,
hiere, abre agujeros o abismos, luego mata
y vuelve a matar cuando el hedor sale del bolsillo.
Tiro una moneda al aire y el cierzo la arrebata:
no permite el azar en el ambiente, me deja sin aire;
la respiración a menudo se vuelve una faena de féretros,
una faena en donde los carpinteros trabajan con guadañas
y los despojos sirven de sábana para el océano
que está próximo a convertirse en un nuevo holocausto.
Al fin y al cabo, nosotros somos un puñado de estiércol,
no existimos para el sistema ni para las masas de los güishtes.
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