Una vez más, camino entre cipreses y velámenes:
espero no encontrar hojarasca en mis zapatos
ni quiero que la cuerda diáfana de los espectros
se mutile ante la sonata obstaculizada de mis venas.
En los andenes: se hace inhóspito el pubis de los faroles,
mientras yo y vos, en el trasiego que imita trenes muertos.
Pero, ¿por qué nos atamos al mástil de la noche
y nos embarcamos en el susurro inconsciente de la navaja?
Acaso fingimos que el azogue y los aceros son de algodón
o nos aferramos a un sí eterno y evadimos el no del pero.
Me duelen los calcañales, tal cual una daga insertada como hilo
en el mausoleo de los abismos que perturban la pupila noctámbula.
¡Me perdí y estaba perdido! Solo:
pero encontré a la Soledad en medio de la nada...
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