Soy un puñado de quejas,
un fardo con olor a muerte
y un violín sin arco ni arcoíris;
una tormenta de resacas,
una flor que se hiere a sí misma
junto al abrojo de sus espinas.
Soy un montón de angustias,
una trenza de esquirlas
y escarchas bordadas al ras del cieno;
soy la piedra del tropiezo
y el anzuelo de las pirañas
que muerden al niño sin sandalias.
Soy un poco alfiler, un poco aguja
y un tanto veneno en los colmillos de la sierpe;
soy una cobra, sí, una cobra con el pecho alzado
que espera el momento oportuno para atacar
los muros inescrutables de la injusticia.
Aquí, encima de este petate de melancolías: la congoja que adorna el piso, el alcohol que está lejos para revivirme del vértigo; después de todo, la gota abrió un agujero en mi frente y formó un chagüite a punto de océano, que ahora sirve de vía para los navíos de las náyades.
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