Encima de la calle en coma:
yo, el labriego que opta por subsistir en lo inhóspito;
quizá ya se oscurecieron mis sandalias
o quizá mis zapatos en una ráfaga, murieron de vértigo;
sé que en el bajo mundillo, la calavera de vergeles
necesita de todo los espectros de las aceras.
Hoy, los rayos se disparan de las flores
y la llave abre la puerta del poema, encontró más heridas.
No sé si habrá una salida del pentágono,
si no la hay, abramos una y salgamos amor.
Vivo en esta oscuridad sin fecha,
escribiendo tal si fuera un reloj, segundo a segundo,
atado a la muerte, atado a la alfombra de la tormenta.
Este puchito de pradera, me comenta su pérdida
y sus lágrimas desembocan en el asfalto de mis páginas.
No hay duda, la maldición anda suelta
y las cenizas se han convertido en mi talismán.
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