Se sostienen sopores de la ventana
y las bandurrias pasan inadvertidas:
hay una ceguera urbana en las aceras,
hay un vago rumor de harapos,
hay una escalera sin andamio, marginada.
Aquí mientras el cierzo golpea mis pestañas:
vos, amarrada al grillete de mis congojas,
sufres y yo también sufro, ¿qué haces?
¿Acaso atas la seda al cactus del ciego?
Tal vez la llamada de la aldaba
conteste al eco mortal de las osamentas,
que trituradas al ras del asfalto amarillo
murieron con una venda en sus manos.
Tú amor, que tienes fisuras por todo el cuerpo,
incluso sostienes el lodo enconado del chagüite;
tocas los pelos del bambú y haces canciones
del aire inhóspito que desprende la polilla.
Yo, todavía comprándole grilletes a la lluvia
para retenerla en el entrecejo de las petunias;
esas flores que desprenden líquido sin matiz,
esas musas que te esperan:
como la ventana al dintel,
como el pichón a su pájara madre
y como yo a ti.
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