El segundo transita con sus rastrojos,
mientras yo ahí entre las papalotas
y las mariposas nocturnas de la susceptibilidad.
Es tarde y el peñasco que llevo en la espalda
se convierte en mi vértebra poco a poco.
Por eso, cada vez que camino con los ojos
y mis manos atadas a la arena de antaño,
surge como gas el veneno de los periódicos
que sustraen de mis axilas nada más cenizas.
Solo, en esta silla que parece una ruleta sin aguja:
la menudencia de los tabancos electrónicos,
las entrañas del hospicio que acoge mis divanes
y la hora sin brújula que atrae a espectros sin alma.
Es de noche y la bocanada de hedor sale de mi garganta
para hacer de mis años, un baile de esqueletos sin epitafio.
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