Quizá, he vuelto a caer en la trampa de las digresiones.
En medio de este vergel de candelabros y mirtos sin hojas,
el claustro que seduce la pared muda de los espectros;
hay cayucos, cipreses y sombras que viajan junto a mí,
¿caminan?, vuelan como pingüinos en su utopía de plumas
y convergen en la luz que atraviesa la traición de las navajas.
Duermen bajo la nervadura del barro:
los gusanos plasmados en el almanaque
-sin metamorfosis-
y las mariposas se posan en lo inevitable
de las telarañas que a diario fabrican vértigos.
Comienzo a creer que la pupila ensangrentada
ha sanado los escombros de las pieles tribales
y que en medio de esta espesura transparente,
solo, solamente la hospitalidad de las agujas
y el asedio que provocan las tertulias en el párpado.
Al fin y al cabo, escribir no es más que una pieza de la pirámide.
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