Dime madre, ¿de qué abominaciones mis cenizas?
¿De qué gazapos la paga con mi muerte?
¿De qué cipreses la corona de espinas sobre mi tumba?
¿De qué borrasca el suspiro que me dio la vida?
¿De qué veneno las caricias que me hiciste con el escalpelo?
(La Luna, raudal de agua salada, almendra al borde del suicidio.)
Dime madre, ¿por qué dejaste tu puerta a la intemperie?
Te has convertido en un espantapájaros, yo fui el primero,
el primero que probó la sustancia ermitaña de un lied,
lied que a mi parecer fue canto hipócrita de tu arcoíris;
la noche ahora cobija mis extravíos, vuelo con ella,
soy aliado del viento, también de las respiraciones tuyas,
me respiras y todavía tus entrañas siguen siendo pétreas.
No es sufrimiento, no es rabia, ¡es el amor que te tengo... Madre!
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