Entra el crepúsculo con sus malestares.
Irrumpe en el sueño de los tendidos de la fluorescencia.
Es de noche. Ya el pómulo del viento asfixia nuestros ojos.
Las golondrinas escupen desde su traspatio de insurrección.
Mientras vos, tragáis del esperma de los escapes
y no os fijáis en el retrato que nos dibuja el entorno.
(Veo venir una oleada de narcisos, tormenta de cipreses.)
Es cierto amor, tras el fulgor claroscuro del diván:
las plumas caen de los árboles, tal si fueran hojas sin limbo,
huevos sin nido en la inevitable gravedad de la intemperie.
He aquí, la huelga de un millón de pájaros sin cielo,
el estertor de un puñado de pipiles sin bosques,
mudanza de la voz, longevidad de la naturaleza.
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