La noche llega con estertores bajo la axila.
Sigue aguardando el esperma de los pelicanos
y los matorrales envejecen ante el despojo del asco.
La noche sin duda es un planeta sin paralelos.
La noche es como una alondra sin alas.
La noche se masturba frente a los niños
y eyacula en el limbo de las penínsulas.
(Todo esto: un suburbio en una olla sin tapadera.)
En la penumbra: el tren con sus cigarrillos de olvido,
los puentes resquebrajados del entrecejo,
frente a una Luna casi penetrada por los murciélagos.
La noche combina lo torvo con lo apacible.
La noche es una anáfora sin cadenas, un trago lúgubre
y una tumba que visita a diario los andenes del periódico.
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