Ya no quiero escuchar al cierzo,
ya no quiero escuchar sus voces.
Ya no quiero atisbar a la lluvia,
no la quiero llorando con tortura.
Ya no quiero ver a niños pidiendo,
ya no quiero madres sin cabeza.
Ya no quiero ver tanques de juguete,
ya no quiero asesinatos en los periódicos.
Ya no quiero trabajadores bajo el charco,
ya no quiero sonrisas fúnebres en las calles.
Ya no quiero golondrinas en el tendido eléctrico,
ya no quiero páramos en mi taza de barro.
Ya no quiero piernas colgadas en el árbol,
ya no quiero acantilados llenos de entrañas.
Ya no quiero falditas a la garduña,
ya no quiero abortos de sigüanaba.
Ya no quiero árboles amputados,
ya no quiero ardillas sin su vivienda.
Ya no quiero saliva desperdiciada,
ya no quiero discursos de guacalchías.
Ya no quiero navajas en los hospitales,
ya no quiero sufrimiento en mis ventanas.
(Ya no quiero y estoy obligada;
me escribes, mientras todos agonizan
frente a mis anteojos apolillados.)
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