He volado con piedras atadas en mis desahogos.
Encendí turbinas, pero al final caí en la intemperie.
Ya entré a ver el teatro de los muertos,
ya leí del hijillo plasmado en el follaje;
la indagación aumentó, descubrí tumbas,
encontré árboles sin savia,
caracoles sin cabeza, flores sin corolas
y hasta un zancudo sin trasero.
(En vista de esto: oculté bajo mi pecho al Sol y la Luna.
Solo me faltan los luceros.)
Luego nos queda: bajarle el salario a la muerte,
entregarle garantía en un puñado de alcantarillas,
darle una taza de cianuro, cortarle sus alas
y luego beberlas junto a la anatema de sus besos.
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