¿Dónde cabe tanta polilla, acaso tenemos silos en los oídos?
He vivido bajo el techo de los cantaros del almanaque:
cada día ha sido cargado en la salmuera de los zapatos,
zapatos con acequias de rastrojos, decrépitas promesas;
desde luego, las libélulas salen disparadas de la boca
y se posan sobre el charco más cercano, celebran su fuga.
Ahora quizá ya os habrás dado cuenta:
los sayales pespuntan en sus bolsillos toda cruz,
mientras bajo el lodazal nos dejan el trapito para el dedo.
(Unos tienen pie en tierra, otros acogen el beso de la bruja
y la ciudad muere tras la ruina de las alzas del tabanco.)
Por fortuna, hoy le quité el antifaz al arcoíris
y lo escondí en la quimera de una de mis pesadillas.
Después de todo, solo nos queda esperar el picotazo del cuervo.
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