El trapecista comienza su acto mortal, fuera de la cortina de la pantalla del televisor en desgracia, las bailarinas se visten de gala y cantan "alegría"; los payasos dibujan sonrisas en su sien y ocultan la tristeza en el portal del sueño. En este acto se prepara el cañón para lanzar al gallo y dar en el blanco del holgazán de la silla dorada; aquí las sílabas no tienen métrica, aquí los tabancos se prestan, aquí los pensamientos se convierten en palomas, aquí las águilas tienen pies, aquí el fuego se siente en los labios; comienzo a ver con mi ojo derecho a los guijarros que caen en la cubeta con agua, que salen a flote sin ningún rasguño; dentro de mi circo: los animales porcinos no existen, solamente las personas que tienen una presencia que no se nota, sino una ausencia que se recuerda. Todas las hormigas tienden a trabajar y se ganan el pan con el sudor de sus nalgas; aquí el topo atisba de día y hace faenas de vigía a plena luz del Sol. Como usted y yo hemos descubierto: cada verso que se lee en un libro, cada prosa, cada historia, cada poema, cada letra, cada página; es un nuevo comienzo y un nuevo amanecer en las catacumbas por donde transitamos los vates, cargando nuestras osamentas en la columna vertebral de nuestros cuadernos, sacándole las castañas del fuego al leviatán, estorbando como peñasco al carruaje imperial, escupiendo en el barril del petróleo que nos venden como oro y que luego termina como destrucción masiva en los sacos de aire de nuestros cuerpos. Ah, ¿qué pasará cuando nuestros oídos atisben y cuando nuestros ojos escuchen lo imprescindible? o ¿cuándo nuestras fosas nasales hablen y nuestra boca huela a tanto libro expectante?
No hay comentarios:
Publicar un comentario