Sospecho que los ataúdes nunca han sido de madera, sino de tierra coagulada; llevando consigo espectros agusanados y tristes por haber caído en las garras de los grafitis de plomo. Han sido estos capaces de traer del pasado a la herrumbre sin lastima, al hollín con escrúpulos, al zapato sin horma, al esqueleto sin cabeza, a las lámparas sin luz, a los sapos sin lengua. Cada vez que el espectáculo de juegos artificiales comienza: la laguna de sangre comienza a llenarse de espantapájaros, el águila observa desde el cielo a los sacrilegios provocados entre hermanos; estos que pelean tierras que nunca han sido de ellos, estos que se matan a mansalva entre los matorrales por el cerdo oro. Siempre ocultos entre la llama del incendio: estamos nosotros tratando de vencer al núcleo del fuego ardiente, echándole agua lírica al infierno del realismo, sacando fuerzas extrañas del trono inmortal, tratando de llevar a cabo el apocalipsis blanco. ─Yo, me encuentro entre los féretros y la pared; afilando la espada para luchar en contra de los espíritus ambulantes que buscan venganza en el mundo real. Sin embargo, a veces me parece extraño cuando alguien se vuelve un héroe, todos tratan de quitarle el ego y eso es correcto; porque un héroe con ego, es un costal de huesos sin calcio, que nunca ganará una batalla, si él no gana antes la suya. Todo esto fluye del río al mar cuando la tierra ya no soporta tanta putrefacción en su corazón de Gaia, después los peces sufren ingiriendo todos los malos pensamientos de los caídos, llevando consigo estos problemas al pescador y luego al consumidor.
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