A corta distancia de la cintura del Ecuador, ocultando el cráter inmenso de las mazmorras del fuego; sufriendo el frío de los polos en las nalgas de tu eje; mientras la media cubre tus muslos paralelos, el ozono de tu pubis se desangra junto a los álamos; llovizna desde afuera y te haces vapor por dentro, vomitando encima de las nubes por donde transita el hollín de las fábricas. Allá a lo lejos observo a los sapos inflarse con la inflación, caminando entre tejones manchados de la espalda; la hojarasca tiznada de tus venas, sigue ardiendo como fuego ardiente en tus corazones; debilitándote, sacando fuerzas de los orgasmos vírgenes de los ríos, luchando contra la gravedad del plomo y el smog. La última menstruación se acerca por el cielo, ¡será la última!, ¡se podrirá aceleradamente!, los pantanos emergerán y consumirán las entrañas de todo ser viviente. ─Me veo la tierra de las uñas y sólo veo desechos martirizados por la paulatina herrumbre de los clavos. Irritados los ojos que guardan la lluvia ácida en sus poros; todavía escucho el lamento infernal de los espectros que pululan sobre un bosque que ya no existe. Sin embargo, hay un grito más profundo en la sequía y un jadeo más grave en las hambrunas que se viven bajo los puentes resquebrajados por los rayos. El zancudo rebuzna y los niños caminan dormidos junto a él, esperando la mordida en las tierras de sus pieles; no veo dónde se esconde el malnacido de las alzas, pero le saco a flote y le disparo un proyectil en el cerebro.
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