Para: Pere Bessó
Ah, cuantos álamos caen rendidos; pero algunos gusanos y lombrices carcomen tu figura. Se desenfrenan mis manos al tocar tu poesía, ─desnuda─, envuelta en resina, me haces tocar el trasfondo de lo inevitable, sacudes y destemplas el tiempo de las arbitrariedades, sofocas al fuego con fuego y, degüellas los puchitos de sudor que brotan a borbotones de los poros del volcán incandescente. Pregúntame amor, si los trallazos que me das en la espalda, me causan vértigo. Sin duda, los pangolines esconden sus temores en la obscuridad del África, pero tú, proyectas tus emociones y las dejas plasmadas en la botella, a la intemperie del mar; para que el náufrago que busca una isla donde naufragar, encuentre algo que le dé ganas de seguir viviendo. Creo que en la perfección de este ámbar, estamos de acuerdo amigo; ambos quitamos las telarañas de los harapos que cubren este cuerpo envuelto en racimos de tabúes, eludimos y afrontamos las convenciones sociales, psicológicas, ¡incluso las religiosas!; me veo fingiendo que soy aceite de oliva en manos de la poesía erótica, sacando el jugo de la pulpa y bebiéndolo como vino Royal Demaria. Sin embargo, esta ebriedad y pasión que envuelve mis pensamientos, son para el bien común: el cauce de conciencia, para los que yacen atormentados en la cima de la obscuridad descolorida; las fanfarrias, para los cantantes que dicen cantar música; el eco, para los tímpanos que aman la sinfonía de la lira de Orfeo; el amor, para las viudas que se quedan solas a la orilla del mar esperando a su amado hasta que mueren; la euforia, para los que viven en constante armonía con los libros; la austeridad, para los que vivimos luchando contra viento y marea junto a nuestras musas.
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