¿Eres tú... Melissa?,
la que fue una oda en mis aposentos,
la que dividía y conquistaba al mismo tiempo,
la que provocaba que el silencio tuviera eco.
Todavía recuerdo el lamento de tu piel,
todavía recuerdo el cuchillo de la muerte,
todavía es cercano tu espíritu con el mío.
En la conciencia llevo tus caricias,
en los labios, el sabor de tus plácidos besos,
en mis manos, la huella de tus frágiles muslos,
en el cerebro, todo el amor que me confiaste.
Desfallecido en el suelo le sollozo al barro,
para que me muestre una vez más tu figura;
¡ah que vida más dura!
Cuando me viste abrazando a aquella mujer,
te fuiste directo a casa y no preguntaste quién era;
sólo agarraste el cuchillo y arremetiste con tus venas.
Espero que escuches la explicación,
ya que la mujer a la que viste en el abrazo,
era mi hermana que necesitaba de mi regazo.
Espero que en el cielo estés ahora,
revisando el acto y el celo que destruyó tu vida.
A veces el preguntar es más sabio,
que atentar absurdamente y con agravio.
Sin embargo, espero el momento de la reunión,
para que nuestros espíritus se reúnan nuevamente.
Dios, así lo disponga.
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