Escombros que sollozan junto a los guijarros del desierto amargo, ese desierto que brilla en la pupila de las nubes, esas nubes que padecen de insuficiencia renal y gotean en los árboles, esos árboles que crecen con una raíz de candelabro, ese candelabro que es aposento del fuego, ese fuego que absorbe la corteza terrestre como si fuera un cigarro de marihuana, esa marihuana que aplasta al maíz como una aplanadora, esa aplanadora que allana obreros y los destripa en el pavimento, ese pavimento agrietado en medio de campánulas, esas campánulas con estrías en el casi muerto corazón, ese corazón que bombea perdón y nunca olvida, ese perdón que es una pantalla de humo, ese humo que tiene una natalidad muy elevada, esa natalidad que aumenta cada día y surgen madres solteras, esas madres que luchan por mantener en pie esa pared que se desmorona, esa pared que se sitúa como un escudo de protección, ese escudo individual que posee cada espíritu, ese espíritu que lucha por alcanzar la santidad, esa santidad que profesan tener los fetiches, esos fetiches que lloran sangre en forma de pintura, esa pintura que cubre la identidad, esa identidad atormentada por el 90º, ese 90º que aturde el bolsillo y finge hacer amigos, esos amigos que son una sombra y cuando ya no les pega el Sol desaparecen, ese Sol que calienta como un horno nuestros cuerpos, esos cuerpos ya desmembrados por la motosierra del tiempo, ese tiempo que transcurre a la velocidad de la luz, esa luz que nos ilumina a través de la Luna, esa Luna que continúa menguando junto a las mujeres preñadas, esas mujeres que luchan por ser mujeres guerreras, esas guerreras que nos inspiran en la guerra, esa guerra que hemos levantado contra las injusticias, esas injusticias que llueven a cada momento; guíame hacia la justicia, Luz mía.
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