Siempre vaciamos el ojo con la navaja de la oscurana.
Después, hundimos nuestras flores en el pozo de la
madrugada.
¿Serán acaso mis delirios? Tu mirada se alza como paloma al
salir de una estaca.
Ya no vemos horizontes ni arco iris hechos de canicas y piscuchas.
Ya otra abeja despolinizó estos lares, las paredes se
destartalan mudas
y en los andenes impera la agónica taza escondida de los
andrajos.
Incluso el cielo ya está listo para comenzar a explotar su
mina de tizne.
Los dados ya hicieron un pacto con la muerte, solo cae el
seis, el seis y el seis.
─El pecado no está en la manzana, sino en los gusanos que la
poseen.
Entre un espectro y otro, se abre el costado de los días,
llueven güistes,
cercenan las gotas que inmoladas surfean en los tumbos
pétreos del insomnio.
Escucho a veces con atención el resuello de las horas, el
miedo de los nahuales;
de pronto, nada nos aturde más... que una horda de pelicanos de metal gritando vértigos.
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