Manzanas se columpian en brazos de las espinas,
caballos corren por el tallo sin elección alguna;
hay gusanos en su cabello, golondrinas punzan las raíces,
van por más los automóviles de acero, vacas los manejan
y colisionan con el néctar que baja por la espalda de un
gusano.
Escucho como suena el reguero de risas, mientras el cielo
grisáceo
anuncia con estruendos la caída de escarabajos y abejas de
plástico.
Todavía hay sitio para la una bocabajo que marca el reloj
sin péndulo:
un gallo canta, como si la madrugada hubiese cambiado de
ropa
y el Sol no pudo reconocerla al cruzar el portón de las montañas.
Tal vez las chancletas me digan algo sobre lo que aquí
acontece
o el agua que duerme tan espiritual bajo los pies de tanta
doncella.
Incluso por aquí pasó en vuelo un helicóptero de metano
y me invitó a tripular todo este laberinto de trovador.
¿Acaso les mencioné que era mi hijo jugando en el rosal?
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