¿A qué nos enfrentamos cuando mordemos la vía láctea de los
huesos?
¿En qué mundo el cordel da abasto para tanto caballo en
descomposición?
Aquí, es cuando uno se da cuenta de que mastica escarabajos
en ayunas;
incluso nadan en la taza de café las misteriosas libélulas.
Ni la existencia,
ni la existencia nos explica la convulsión de los relojes y
las polillas.
Uno tiene que acostumbrarse al papel corrugado del desatino
o escoger el tugurio donde se guardan los ojos vacíos de los
muertos.
Ya estuvimos dentro de la bola de cristal donde guardan la
espuma los espectros.
Ahora nos toca fingir ser uno o seguir vomitando epitafios sobre la mesa.
A fin de cuentas, no hay varita prodigiosa que silencie las
sombras,
ni tampoco crepúsculo que quiera cargar con todos nuestros tiliches.
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