Pintura de René Magritte
A través del aire, la escupida fermentada de las nubes;
se abre el carmín como un espejo al borde de tanto cardo
vacío.
Se nos va el crepúsculo y seguimos con el calcañal sumergido
en las brasas.
Hay tanta polilla suelta en las calles, tanto errante sobre
almendras,
tanta canica que transmite un mar de fondo alterado por la
sangre.
Ya no cabemos en esta fosa de albaricoque y limón, cauce de
lágrimas,
cañón donde despedimos las alas del resuello. Al
fin volamos,
al fin caemos como pájaros rojos desechados de la túnica del
arco iris.
No nos convence la herida del granito, nos convence su voz
desgajada,
nos convence su cuerpo bocarriba y su rostro desfigurado por
la brizna.
Parecemos sapos envueltos en un acantilado de insomnios;
quizá nos pervierta el desatino o el monte de venus que nos envuelve.
Estoy a salvo, mas no el musgo, acechado por millones de lobos del ártico.
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