Una vez envueltos con el lienzo vaciado de los ojos del
albor:
no es raro que nos asedien las orquídeas y los crisantemos,
ni tampoco que las piedras den fe de nuestros irritados
espejos.
Quizá las cacofonías nos han hecho olvidar cuánto duelen los
crepúsculos.
Cuando nos toca morir en el deshielo de las horas; tu voz hace
heridas,
heridas en la piel silenciosa de las paredes. Escúchame
pronto.
Escúchame porque ya los ataúdes se fabrican como plásticas bolsas
en mis pupilas.
Luego nos volvemos niebla en las manos del sofoco,
estudiamos la breña
y nos da por santiguarnos ante el busto inhóspito de las
letrinas.
De rodillas estoy porque el Arca lo quiso así. De pronto se
apaga el aliento,
de pronto se nos emborracha la diva y escupe hipotermias por
doquier.
─Es de locos amarrar con hojarasca los pezones de la
primavera.
Por lo menos lo intento, pero los peces escupen el anzuelo y
pescan mis ventanas.
Tendremos que hacer volver por donde vino a la madrugada,
pues la sangre aún está sobre la piedra y el delirio sobre mis lágrimas.
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