¡Oh, enemigos míos, arrojad lejos de mí vuestras maldiciones vudú!
Esos artilugios donde fabricáis vuestro caos y vuestra saludable venganza.
Dejad que la espuma del mar lave vuestros violentos espíritus
y que los rayos del Sol sirvan de purgatorio para el agujero bajo vuestra nariz.
No maldigáis mientras los pájaros solfeen, ni tampoco cuando bajen a la Luna.
Olvidad todo cuanto tenga espina, conoced lo efímero al ver finalizar la tempestad.
Mirad vuestro horizonte, no el mío, posiblemente sea laberinto para vosotros.
Caminad y arrojad vuestra ira como guijarro encendido al río más cercano.
Y uno de estos días, estaréis platicando conmigo o con otro velamen al cual odiabais.
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