Algunas veces derramamos el universo en los platos del
delirio.
Sospecho que hay tránsito de vértigos en las calles de la
angustia,
sospecho que el zarpazo más grande es el de la orfandad en
la pupila.
Nadie puede venir y quitarle el tornasol al arcoíris,
pues claro, terminaría chamuscado como el claroscuro de aquella
feligresía.
Hay tantos tugurios y gargantas socavadas en los roperos del
viento,
las ventanas gruñen con frialdad y descontento, tanta es la
lejanía,
tantos los breñales con aldabas hechas de granito y
alcanfor.
─Alguien escupe sobre los ataúdes y las estadísticas de lo
fatuo.
De pronto, el retrato se encoge y hace malabares entre las
sombras,
¿acaso nos enorgullecemos de tener bicéfalos sembrados en el
jardín?
Tendríais que venir aquí y pensar hasta veinte mil veces
antes de dar un paso,
¿de cuántas orgías están hechos los cementerios, los
candiles del descenso?
Ahora, el poeta compara a una rosa con el violento suplicio
de la sangre,
mientras las horas abortan sobre el cuentagotas... de lo infecundo.
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