Una polilla y más de un ciento moscas, centelleos y luciérnagas,
aún crepitantes por el ruido que silenciosamente viene del cielo.
Asustado, como todo ser humano, me agazapo bajo los escarabajos.
No hay lápiz que dibuje mi miedo, ni lámpara que abrace mis ventanas.
Teñido todo, como si una bóveda purpúrea o cetrina hubiese abierto su pecho
o como si un niño del tamaño de un asteroide vomitó sangre sobre mi jardín.
Hay tantas fechas, días prietos, umbríos. ─La oscuridad acecha nuestros hados,
¿dónde archivaremos las páginas desgreñadas del ocaso? En silencio morimos,
agazapados bajo tanto arcano, frente al limbo donde brota cada lágrima.
Ahora agarrados de la nostalgia, volvemos al viejo ritual del páramo,
esculpimos el musgo y la fatiga en la piedra donde chispea la iridiscencia.
Al final nunca salimos del laberinto de avellanas. ─Encontramos más heridas.
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