Alguien dibuja hipocampos en la gruta de lo
indecible.
Todo es péndulo en las pestañas sonámbulas
de la niebla;
así de oscuras son las costillas, las
horas, las plumas que dejan caer las nubes.
Las fotografías nunca fueron pequeños crepúsculos
para el ojo,
lo siento al atisbar profundamente la caída
crucial de las hojas.
─¿Susurras? Hay una garganta con más de mil
kilómetros de angustia.
Las flores de plástico no sienten las gotas
de rocío, la gangrena del vaho,
ni los trallazos en la piel de las olas. ¿En
qué muelle dejamos la sequía?
Siempre a la orilla agonizan las caracolas
del nerviosismo.
─A la orilla del vértigo donde fluye cada
espectro de granito.
Extinta la fosforescencia. El patíbulo nos ha vencido en su propio juego.
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