Todavía respiran mis hipocampos el verde rocío tatuado en tus pechos.
La luz aún no se extingue. El otoño es
preludio de ijares.
No hay escarabajo de barro que arrastre en su lomo una casa
llena de odio.
Hay ratos con jaulas abiertas al suplicio. Aceptémoslo, le
tememos a la más minúscula sombra.
La Luna lo sabe cuando escala nuestras culpas, nuestros
vitrales.
Odio admitir que he visto pájaros de vidrio, pájaros de
sangre coagulada,
pájaros con el bolsillo roto, donde cada uno aguarda y huye
de sus propios arcanos.
─Mientras tocas tu arpa, yo toco el vacío, cisnes tocan a mi
puerta de fuego.
Eres una ciudad de pernos, oxidadas hojas. El tiempo ha carcomido tu decencia.
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