Suena el violín. Tan desesperado como los cuervos.
Es un lied tan delicado, las piedras lo perciben.
Es una noche tragada por lechuzas y vomitada por perros.
Trae adornos en su cabello, son estrellas caídas del cielo.
¿Dónde estará la montura de mi tortuga? Mi cárcel es un
rostro,
un par de labios amarran cada palabra como si fueran
cadenas.
De pronto, nos volvemos adictos al hálito recóndito de la
nada,
parecemos dos polillas jugando a despertar a la orilla del océano.
─Mis lágrimas son más saladas que el agua marina de todo el mundo.
Dime, dime en qué bola de estambre ocultas mis sueños.
¿Quién eres?
¿Hacia dónde nos encamina este mundo de porcelana?
Los güistes ordenan el silencio aunque seamos parte de las
alcantarillas.
El piano suena tan frágil como una doncella destrozada por
el tiempo.
─Hundámonos bajo la sonata, tal vez su eufonía nos
limpie la locura,
tal vez surjan de nosotros las nuevas flores del crepúsculo,
antes que el hijillo nos pulverice el olfato.
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