(El
poeta no huye de la escena del crimen,
se
convierte en asesino, asesino de lo despótico.)
Todos sabemos a la velocidad que viaja la
ceniza,
niebla eterna de los andenes, vértigo
promiscuo de la Luna.
La hojarasca no es más que un laberinto de
palabras, espectros sin sosiego.
Bajo las rocas, ocultas como el preludio
más formal del universo;
nos revelan a veces de qué estamos hechos,
estamos hechos de pequeños desvanes,
de cuadrículas sin vértices ni vórtices, de
olas rompientes, naufragios acaricia fosforescencias.
Ésta luz no brilla como brillaban nuestros
guarumos.
En ellos se izaba una ciudad de hormigas,
un cementerio de estiércol,
una bóveda donde se guardaba el aliento
póstumo; no había vendimias,
ni luciérnagas abiertas al reloj inicuo de
la lujuria; no había pájaro sin bosque,
no había escarabajo que no formara un
imperio con las entrañas del musgo.
Todo esto suelen ser sonrisas y pequeños
manantiales, sueños hieráticos.
─El mundo está lleno de espinas y mi pecho
de ruinas invaluables.
Frente a mí, el logaritmo elevado a sonambulismo, se ha roto el universo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario