Son largas las horas de espera del éxtasis.
Se acumula la hojarasca en las grietas del ojo.
¿Qué se puede ver después de tanto molusco en las aceras?
El horizonte está harto de tanto blandir los andrajos.
(El inframundo ya no
es el lugar pétreo que pensó Dante.)
─A diario lo vemos desnudo, sin ninguna porción de piel en
las pantallas.
Pese al tiempo retrasado de la arena, nos hemos vuelto
eremitas del crepúsculo,
recogemos los despojos, los añicos, los güistes esparcidos
en los glúteos de la nada.
Sabemos que todo aullido procede de la melancolía inhóspita
del guarumo.
Aquí todos saben que las noches son devoradas por otras
sombras más oscuras.
Diremos que hasta la muerte porta su tarjeta de débito. ─¡Silencio!
Murmuraron los violines cuando pasó el viento a entregar la
correspondencia.
Nadie está a salvo de los oídos innavegables de las paredes,
incluso las fotografías, los estantes que de por sí ya
tienen lo suyo.
De pronto, usted golpea con fuerza las ventanas, no es
segura la cerradura;
mientras tanto, un gato golpea al unísono el pecho de una hoja sin laurel.
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