Como una luna de otoño. Sangrienta. El vértigo se arrastra.
Bajo tus pies, una montaña de lamentos, hojas invisibles;
a lo lejos, el horizonte se pierde entre la sangre podrida
de los trenes.
Piedra nórdica. Frío. Cauce ebrio e intransitable. Reguero
de lechuzas.
Grullas danzan agónicas unas tras otra en la garganta. (Venid.
Venid a probad de
vuestra niebla. Hay espejos rotos para cada arteria.)
Levita el desván, como una maldita posesión infernal de
invierno.
No se permiten lágrimas. La indiferencia es reina roja.
Aquí, los amates de los espectros. Cabellos de cieno y
escarchadas piedras.
Todo sucede. Laberintos y laberintos se abren paso a través
de la nostalgia.
Enjaulados. El aliento tuyo y el mío. Ya no existimos más.
Mas sobre nuestros cadáveres, existe el polvo y la amnesia total de la oruga.
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