Con la cabeza apoyada en un almohadón
se embargaba mi sueño, desperté
y ya sentado golpeaba en mi pecho
una intensa voz espantosa que me dijo:
─Bebe. Ya he bebido de la esfinge del portal
y también del filtro purpúreo en el hálito del Sol.
(En esas noches, escuchas alas en las cortinas
y soplos fuertes que irrumpen en tus pálidos huesos.)
Me entran las dudas, como si fueran centellas
porque detrás de los tapices: sombras y cenizas
se cuelan en mis pupilas junto a muchos cuchillos;
y de nuevo aquella voz con estridencia, susurra:
─Observa. Deniego el momento engrilletado
que te ata a este mundo abismal, lo deniego
y lo vuelvo a denegar, ¡vete, quimera alada,
llévate tu silencio pétreo a otro sitio!
Estoy cansado, el ajetreo de este alambique
está a punto de convertirme en un vértigo más;
¡vete!, tus oleajes ahogan mi paladar,
ya no quiere ver las tristes neblinas ensangrentadas
que imperan en el pómulo de tu umbral.
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