(El estertor se mueve en las colillas.)
Ya comienza agonizante el cenicero
y muestra las varias caras de la muerte,
sin piedad las flores mueren en páramos
junto a los rastrojos de la zarza endemoniada.
(Hay insomnios atrapados en nuestro traspatio.)
Quisiera volver a jugar en las arrugas del tiempo,
correr como un lunático por las calles, descalzo,
en la búsqueda de un arca para mis automatismos;
dentro de mí, hay piñatas y títeres rellenos de angustia,
de nuevo los bejucos de la ergástula, atan mis zapatos
a los barrotes del reloj inmundo de los murciélagos.
Aquí las hojas, se pegan a mi cuerpo, buscan refugio,
pero rápidamente la podredumbre se alimenta de ellas;
camino en estas veredas de la vigilia, escucho afonías
y mientras mis pasos ocasionan fisuras en el asfalto,
el Sol se masturba frente a la Luna, etiqueta inmolaciones.
─Crees en el pálpito. Sin duda, ya que los árboles viven en mí
y yo vivo en ellos como ardilla mordiendo la nuez del calendario;
salvo en la noche cuando los fantasmas viven de mí
y yo no vivo de ellos, sino que sus ecos alcanzan mis páginas.
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