Navegamos hacia lo impredecible.
Buscamos en la nariz del horizonte, el sinfín de navíos
que en sus proas guardan el naufragio de muchos soles.
(Tirita en el tragaluz, el estertor de un Sol encabritado.)
La sed derriba andamios, mancha arcoíris con su tizne
y muestra los signos de un caballo sin alas ni taburetes.
En el traspatio: los despojos de las libélulas, vergeles
y surcos enterrados bajo la política de una nube sin cielo,
próxima a encontrarse con una ciudad de locos espectros.
(Palpita inesperada la muerte, nos apolilla desde adentro.)
Sólo nos queda, esperar el vendaval de las papalotas
y dormirnos con el polvillo de sus pétalos de obsidiana.
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