Es difícil hablar del cielo.
Hablar de aquello que una vez fue etéreo.
El viento ha dejado de respirar,
muere de asfixia junto al follaje.
(Es relativo el silencio de las pencas, gritan.)
Encima de los vestigios del estómago pipil:
los harapos con estiaje en la garganta,
golondrinas sin pecho, alas de cobre;
sólo nos queda oír el llanto de Gaia,
sólo nos queda escribir el suplicio de los huesos
al ser profanados por el hombre sin nombre.
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