Nos ata la pesadumbre a los tornasoles.
─Hay vertientes de cemento y desagües de lombrices.
(Sin duda, alrededor de las flores: la niebla en ruedas.)
Escupe sin cesar el cielo, nos deja tramos de asfixia,
flagela el iris del espejo, mientras el estertor a los naipes juega.
─No sé qué pasa contigo, pero sé que estás teñido del trasiego
y de los nubarrones a punto de convertirse en cipreses ecuestres.
(De nuevo, el sinsabor de las ganzúas del jeroglífico.)
¿Qué rumbo tomarán las plumas, mientras el viento hiere
y el horizonte apuñala por la espalda a las colinas transitorias?
─Esto ya parece un hom-dai en la brújula del automatismo,
se navega en aguas peligrosas y se desembarca en arenas movedizas.
(Ya las noches me parecen murciélagos y los días lobos hambrientos.)
Al fin de cuentas, la elección de un mandatario nos sirve de mantis
y sus lacayos para desenterrar momias y llevarlas a juicio.
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