A menudo, en el barquito de la muerte:
los tabiques de la brújula del lamento,
luego la asfixia boga en la piel del acantilado
y los alelíes sufren el apretón de los arrecifes.
(Solamente el Sol sabe de mi paradero,
quizá tú también lo sepas, pero de nada sirve,
porque mi cielo ya es penumbra vestido de algas.)
─¿Duermes? (No tienes idea de mis heridas,
tampoco sabes cuántos pájaros he guardado en el pecho
y cuántos gusanos danzan en el agujero de mis ventanas.)
─Sabes, a veces pienso en la ramazón de los almanaques,
también en la pulcritud de tus laberintos óseos;
escupo el día en que las horas van de paso
y los segundos sirven de ataúdes para los peces;
después de todo, ya no sabemos si existimos
o si ya le entregamos nuestros huesos a los cuervos.
después de todo, ya no sabemos si existimos
o si ya le entregamos nuestros huesos a los cuervos.
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