A veces la brizna corre a través de los pastos,
encuentra tabiques de tizne adormecido,
sonríe, mientras yo recojo de entre su pecho
la salmuera de turbulencias, fríos pétreos.
Ya no hay diferencia entre tizne y brizna ─me dijo una almendra─,
a mí me saben a muerte ─le dije─;
nuestra vida se ha convertido en una centella,
en una centella se ha convertido nuestra proa.
(Me desplomo como lluvia, me beben como copa de cianuro.)
Hemos buscado una solución a la herida del cielo
y creo que la única es convertirnos en polvo.
Al fin de cuentas, nuestra barca
quedará a la orilla del puerto de la infinitud.
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