Cierro mis ojos y pregunto: ¿a qué péndulos me ata el camino?
Veo el horizonte en el pómulo de las cenizas, ¡lo veo!,
pero en lágrimas de tizne y en la decrepitud del mercurio;
mis pasos confabulan con el pálpito de los relojes,
mientras en las aceras envejecen los cartones y las palomas.
Ciertamente, bajo el follaje que roe mi persistencia:
la duda con sus güishtes y sus pañuelos de navaja;
he perdido el conocimiento, ¿estaré difunto?
Ahora sé que ni las tinieblas apagan la pluma
y ni el golpeteo de las ventanas detiene cada línea.
(Estoy casi muerta, pero tengo en tus vergeles un respiro.)
Pero al fin de cuentas, escribo para morir
y muero por escribir -me contradigo-
y sin embargo me marchito.
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