Soy la carne y mis huesos en mi propio barro.
El acero fluye por mi boca y el Fénix es el que impulsa mi sangre.
He sido un completo desconocido para la muerte
y un simple pedrusco para la existencia.
Llega la hora en que los zapatos vomitan rastrojos,
mientras yo aquí, cobijado por la fustigación de los petates,
cobijado por los últimos lamentos de las aves
y teñido hasta la cabeza por el líquido amado de los vampiros.
(¿Desnudo, con la sangre helada y la piel caliente?)
Me es indiferente el dolor y la herida del viento,
ya que estoy recogiendo en pedacitos mi nariz aún palpitante;
mas bajo los escombros de ese pubis: tú, con tu Amazonas rapado,
esperando a que la profecía se cumpla y surta efecto en la inmolación.
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