Las excavaciones se vuelven una astilla en el papel.
El aire siente el despertar del muerto en la mejilla
y bajo el zapato, la máscara de la muerte áurea.
(He caminado encima de cadáveres
y por suerte, no me han jalado los calcañales.)
Sospecho que nos acercamos al portal de los dientes,
las guacalchías rugen y los leones no dejan de chismorrear;
ya la luz arde como si tuviera un sexo atado en su boca
y los espectros emergen en la orilla de un islote pétreo.
Es innecesario -a veces- escribir de lo inmutable,
pero es necesario sosegar la risa pálida de los esqueletos.
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